Últimamente mi mente se ha dado a la tarea de intentar definir con la mayor precisión de la que sea capaz el espíritu de los tiempos. Encontrar esa combinación de palabras que ante cualquier interlocutor genere una reacción de "efectivamente, así son las cosas ahora y no eran así antes".
Pero yo solo he vivido ahora y no antes. ¿Cómo podría dar con la idea correcta? Una salida "fácil" es describir las posibilidades tecnológicas de cada generación y la forma en que moldean su cultura, al brindar posibilidades que no existían antes. Pero pienso que una definición realmente bella y contundente debe poder ir más allá.
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Mi mamá me invitó a almorzar hace poco. Tuvo la determinación de definir que esto pasaría, pero no definió una hora, o qué, o dónde, y me terminó preguntando a mí, que no querría otra cosa que la posibilidad más cercana y económica. Genuinamente fue el mejor almuerzo que habría podido pedir, pero sé que ella habría preferido invitarme a alguna opción más infrecuente por mi cumpleaños.
Por la misma razón y con ánimo de celebrarme, mi papá no vino a mi casa, sino que me invitó a visitar a mi hermano. ¿Es extraño que me parezca extraño ese plan? También esperaba que yo definiera no solo la fecha, sino también qué haríamos y el paso a paso del itinerario. Esta es una señal de la vida para preguntarme si soy una persona con gustos difíciles. Alguien tan difícil de complacer que incluso los más cercanos a mí no tienen otro remedio que preguntarme qué quiero por la alta probabilidad de generar mi rechazo. Yo quiero creer que no, y en cambio me recuerdo a mí mismo. Recuerdo con precisión que para el cumpleaños de mi mamá la invité específicamente a comer chigüiro a la 1pm en el restaurante santandereano que queda a dos cuadras de mi casa, de la misma forma en que para el cumpleaños de mi papá fui a visitarlo a su casa con el plan de pasar la tarde instalando y probando el asistente virtual que le compré. Ambas decisiones son específicas. Implicaron un riesgo de mi parte.
Pensando en esto, recuerdo ahora a mi hermano escribiéndome temprano en la mañana a saludarme, para luego desaparecer todo el resto del día y dejarme preguntando qué lo motivo a escribir en primer lugar. No puedo atribuir ninguna malicia a esta acción, y me ha costado aprender lo que haya tenido que aprender para poder escribir esa línea. He observado este mismo carácter en tantas personas a mi alrededor. ¿Cómo describirlo?
Pienso que parte del espíritu de los tiempos es dudar de lo que creíamos cierto. No conformarnos con el sentido común, y más bien encontrar en él el germen de todos los males del mundo. Destruir todos los dioses.
Pero en este proceso encontramos mil formas de hacer las cosas mal sin encontrar primero un buen repertorio de formas de hacerlas bien. Desde que cursaba mis estudios de pregrado se incrustó en mi cabeza el relato de madres que no se sentían tranquilas replicando los más básicos saberes de crianza heredados, pero sin encontrar en cambio otras prácticas que las reemplacen: ¿Debo correr a consolar a mi niño cada vez que llore, o debo permitirle espacios para autoconsolarse? ¿El niño debe dormir boca arriba, o de lado? ¿Conmigo o en su cuna? ¿Son estos juguetes correctos para él a esta edad?. A pesar que yo celebre el derribar todas las tradiciones y cuestionar lo más esencial de nuestra crianza, me aterra la imagen de una humanidad que olvide cómo criar. Destruimos nuestro tótem, sin haber encontrado primero su reemplazo.
Miro a los más jóvenes, y desprecio su incapacidad de tomarse nada en serio. Y es curioso, porque tienen más dioses de los que yo tenía, pero a ninguno le cumplen.
Todo esto para decir que siento como un mal, no de mi generación sino del siglo, el miedo a tener una postura definida. ¡Que forma tan fácil y cobarde de vivir! No hay mejor forma de no equivocarse que el no afirmar nada. ¡Cuanto más valor hay en quien sigue un ideal sabiendo que puede ser incorrecto!. No quiero contestar ahora la pregunta de si es preferible el necio al pusilánime. Solo quiero reconocer cierta virtud en el primero, o al menos ubicar a ambos al mismo nivel.
Agradezco a la vida la oportunidad de haber sido profesor, y haber tenido que tomar el lugar de ser quien sabe aunque no sepa. Intenté ser siempre alguien que realmente sabía, aceptar mis errores y evaluar mi práctica. Después como coordinador pude ver cuánto daño hacían los profesores que no eran capaces de asumir ese lugar. Necesitamos más gente valiente. Que tome riesgos y asuma la posibilidad de equivocarse. Que apueste todas sus fichas a aquello en lo que crea, sabiendo que puede perderlo todo. Quien sepa evaluarse a sí mismo, verá con seguridad que serán más las veces en las que acierte que en las que no.