Acabo de releer una conversación que tuve con un gran amigo en el 2018.
En ella, él me cuenta que tiene fobia social, junto con otros trastornos que, supongo, lo llevaron a desaparecer durante todos estos años. No he vuelto a hablar con él desde esa conversación.
Él pasó por varios psicólogos, y estoy seguro que conocía toda la jerga. Conocía todos los trucos. Yo solo intenté mencionar algunos conceptos de psicoanálisis y juzgué mucho de lo que me decía como inválido. Me duele leerme a mí mismo siendo así de imbécil.
Me parece muy bello leer como, pese a que había pasado por un diagnóstico, no repetía las palabras que seguramente le enseñaron a decir. Formuló toda una teoría sobre cómo se sentía él mismo. Me presentó una diferencia entre pensamientos "fríos" y pensamientos "húmedos". Los caracterizó cada uno, presentó ejemplos y riesgos.
En los últimos años he aprendido de la importancia de tener un lenguaje emocional. Saber cómo se llama lo que sentimos para tramitarlo más oportunamente. Pero creo que encasillar los sentires en esas categorías limita su realidad. ¿Y si nos esforzáramos en crear nuestras propias categorías? Esa es una invitación a investigar. Nombrar cosas no es investigar.