jueves, 29 de junio de 2023

Mi padre y la sociología

A mis quince años, mientras cursaba el último grado de mi educación formal, fui a un café internet con mi papá a inscribirme a la Universidad Nacional.

En ese entonces el sistema de admisión permitía presentarse a una opción principal de pregrado y dos opciones alternativas, de tal forma que si el puntaje de admisión no permitía la primera, el candidato se postula automáticamente a las otras. Hasta este momento que escribo estas lineas noto que ese sistema solo tiene sentido si se escoge como primera opción una carrera que históricamente sea más competitiva que las segundas. No fue así como la usé.

¡Que cruel es pedirle a un joven tan pequeño que decida su carrera así! Existen distintas formas de mitigar esta crueldad, como asesorías vocacionales. Yo no recibí nada de eso. Solo tuve el listado de posibilidades, y a mí papá preguntándome cuál quería. Yo me sentía capaz de enfrentar cualquier carrera. En el colegio destacaba en matemáticas, aunque tal vez solamente porque suele ser una asignatura difícil para todos y sobresalía ante las deficiencias de los demás.

Mi recuerdo del momento es difuso. Recuerdo el lugar. Recuerdo la situación. Pero no recuerdo exactamente los términos en los que se dio la conversación. De alguna forma mi papá sugirió que sociología era una buena carrera, y esa terminó siendo mi opción principal. También la escogí porque, a diferencia de mis hermanos, yo no tuve un curso de preuniversitario y realmente quería entrar a la Nacional. Sabía que ser bueno entre mis compañeros del colegio no era ninguna medida de qué tan bueno podría ser comparado con los estudiantes a nivel nacional. Sociología era una carrera menos competitiva y por lo tanto solía requerir menor puntaje de admisión.

Pero mis segundas opciones fueron física y matemáticas.

Cinco años después me estoy graduando con un buen promedio y seis años después soy un desempleado que se pregunta si tomó las decisiones correctas. Siendo sincero no me fue tan mal laboralmente, pero aún cuando medianamente me logré ubicar, no dejaba de preguntarme si ese era el camino que quería tomar en mi vida. Culpé a mi padre de influenciarme a estudiar esa carrera, con el agravante de que cualquiera que prestara un poco de atención a su hijo sabría que su camino iba por las ciencias exactas.

Era algo que tenía en mi cabeza como una conversación que tarde o temprano tendría con mi papá. Le reclamaría por eso y le haría saber lo mala que había sido su influencia. Le reclamaría que proyectara sobre mí su sueño frustrado de estudiar sociología. Si no había tenido la conversación aún sería por no haber encontrado el momento correcto para la confrontación o por cobardía mía.

Anoche, en un sueño, tuve esa conversación. En un tono calmado le decía estos mismos pensamientos a mi viejo, que los escuchaba pacientemente con manos temblorosas. Mis palabras lo destruían, y veía eso en su semblante que se apagaba. Al final me pedía disculpas con la mejor sonrisa de la que era capaz, me decía que los padres a veces cometen errores y que lamentaba haberme puesto a luchar tanto contra ese momento en que impuso su voluntad para enderezar el camino. Luego me dio un abrazo y lloró cuando me fui.

Me desperté llorando. Me pregunto, ¿realmente me ha ido tan mal en la vida? ¿así de mucho odio mi yo sociólogo? ¿qué gano exactamente con esa conversación?

Agradezco que un sueño me de la claridad de nunca tener esa conversación. Últimamente me he llamado a mí mismo hipócrita, porque creo que le digo a la gente lo que quiere oír y no soy como esas personas que admiro por ser más directas y confrontativas. Pero hoy decido que no tener esa conversación con mi papá no me hace hipócrita.

A veces me cuesta simplemente guardarme los pensamientos. Sé que soy muy capaz, y sé que me los puedo guardar por años, pero en el más largo plazo tal vez no me gustan los secretos. Sin embargo, esto no es un secreto, o no tiene que serlo si pienso nuevamente en la narrativa que hago de esos hechos, y la reformulo con agradecimiento a mi papá.

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